Namasté

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martes, 6 de septiembre de 2016



                                                            DESDE LAS PLEYADES


La glándula pineal  o epífisis se encuentra justo en el centro del cerebro, bien protegida entre ambos hemisferios. Es poco más grande que un guisante y su nombre se debe a que parece una minúscula piña. Fisiológicamente, produce la melatonia u “hormona de la eterna juventud” (los que logran activarla efectivamente parecen más jóvenes y ganan en salud) que regula nuestro reloj biológico. Aquí tendríamos el tercer ojo de los hindúes que se marcan en la frente, y una parte de nuestra anatomía que si sabemos “despertar” nos recompensará ampliamente.
La tuátara, un tipo de lagarto que vive en Nueva Zelanda y es un auténtico fósil viviente, conserva el “tercer ojo” como un vestigio evolutivo, que consta de una lente, una retina y un nervio conectado al cerebro, que se origina en la glándula pineal. También se ha comprobado que otros reptiles, ratas y algunos peces también tienen más o menos desarrollado un tercer ojo. Sin embargo estos animales no parecen realmente mirar con él.
En los animales superiores, aunque al principio se pensaba lo contrario, la glándula pineal está lejos de ser un anexo inútil del cerebro. La principal hormona que produce, la melatonina, está relacionada con los ciclos circadianos de sueño y vigilia, día y noche, y las fluctuaciones de la temperatura de nuestro cuerpo y nuestro metabolismo. Asimismo, es la responsable de los reajustes que tienen que llevar a cabo muchos animales con motivo de los cambios estacionales, como la hibernación, la emigración, la época de cría, etc. La mayor cantidad de melatonina se produce principalmente por la noche, por lo que la glándula “sabe” cuándo hay luz.
La glándula pineal también produce la dimetiltriptamina (DMT), un neurotransmisor sintetizado a partir de la serotonina, que se produce en grandes cantidades momentos antes de morir y es responsable de los efectos visuales del sueño. En la naturaleza también se puede encontrar en plantas como la ayahuasca y la Mimosa hostilis. Sus efectos como alucinógeno hacen que se altere dramáticamente la percepción del tiempo y se perciba como si hubieran pasado varias horas, cuando en realidad sólo han sido unos 5 ó 10 minutos.
En el ser humano, a partir de los 6 ó 7 años empieza a calcificarse y por lo tanto a mermar su actividad. Es muy sensible a ciertos tipos de sustancias, como algunos medicamentos, por ejemplo los antidepresivos contribuyen enormemente a su cristalización. Los últimos estudios han corroborado que también actúa como reguladora de la actividad reproductora y se ha incluido dentro de los órganos magnetorreceptores, es decir, que es sensible a las micropulsaciones de origen extraterrestre, al sistema cavitario ionosférico (resonancias  Schumann con frecuencias de 7,8 Hz similares a las del ritmo alfa de nuestro cerebro) y en general a fuentes de campos ELF. Se sospecha que las ondas electromagnéticas artificiales producidas por la actividad humana (líneas de alta tensión, radares, telefonía móvil, ondas wifi, etc.) pudieran afectarla negativamente.

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