Namasté

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Namasté , "La luz de Dios en nosotros, celebra su presencia eternamente en nuestros corazones"

viernes, 17 de marzo de 2017


                                                     DESDE LAS PLEYADES




Cuando se produce un verdadero y auténtico despertar, quién somos y qué somos queda claro. Ya no hay preguntas al respecto; está resuelto. Así, una de las señales del verdadero despertar es el final de la búsqueda. Ya no sientes el impulso, el tira y afloja. El buscador ha quedado revelado como la realidad virtual que siempre fue, y desaparece como tal. En cierto sentido, ha terminado su tarea. Ha proporcionado el impulso necesario para ayudar a sacar la conciencia o el Espíritu de su identificación con el estado de sueño, y le ha ayudado a volver a su estado de ser natural.

Ahora, si se trata de un despertar permanente, el buscador y la búsqueda se disuelven completamente. Si, por otra parte, el despertar no es de carácter permanente, es posible que el buscador y la búsqueda estén en proceso de ser disueltos, pero sin hallarse totalmente disueltos todavía. En cualquier caso, esta disolución del buscador mismo puede transformar la propia vida. Para los que estamos en el camino espiritual, toda nuestra identidad puede haber estado dedicada a ser un buscador. Literalmente, nuestra vida puede haber estado definida por la búsqueda espiritual, por el anhelo de Dios, de la unión o de la iluminación.

Entonces, de repente, se produce el despertar. El buscador, la búsqueda y toda la estructura egótica que se construye alrededor de la búsqueda espiritual desaparecen de repente. Esta identidad se ve tal como es —carente de significado e inútil—, y se cae.

Esta caída del buscador puede experimentarse como un gran alivio. Da comienzo a lo que he denominado la luna de miel del despertar. Al menos en mi caso, experimenté esta caída del buscador y de la búsqueda como si me hubieran quitado un gran peso de encima. Fue una experiencia muy física. Literalmente sentí como si me hubieran quitado un peso, un peso que había estado acarreando.

Ésta es una experiencia común entre los que despiertan. Cuando la conciencia despierta de su sueño de separación, hay una gran sensación de alivio. Por eso la gente empieza a reír o a llorar, o experimenta una intensa liberación emocional del tipo que sea: sienten el alivio de haber salido por fin del estado de sueño. A veces llamo a este momento el primer beso. El despertar es como tu primer beso espiritual, tu primer beso de la realidad, tu introducción a la verdad de quién y qué eres.

Esta luna de miel puede durar un día, una semana, seis meses o un par de años. Varía según la persona. Lo característico del periodo de luna de miel es la fluidez completa: no hay resistencia en tu ser, en tu experiencia. Todo fluye. La vida es un flujo; todo parece ocurrir por su propia volición. Es el conocimiento experimental de que en realidad todo se está haciendo, y que tú, como entidad separada, no estás haciendo nada.

En el sentido más profundo, esta luna de miel es una experiencia de no resistencia completa y total. Dentro de la no resistencia, la vida fluye maravillosamente y de manera muy hermosa, casi mágica. Las cosas aparecen cuando tienen que hacerlo. Se toman decisiones sin decidir realmente; en todo está presente una sensación de obviedad. Es la experiencia del Espíritu sin ningún impedimento, sin la corrupción de la ilusión, del condicionamiento o de la contradicción. Este flujo puede ser una experiencia momentánea, o puede durar más tiempo. Algunas personas se sienten tan inmersas en la luna de miel que durante un tiempo están casi incapacitadas, perdidas en un estado de dicha durante una semana, un mes o incluso años.

El estado de sueño es el estado donde percibimos la separación, donde pensamos que somos una entidad y un ser separados. Ese ser separado siempre está buscando algo: amor, aprobación, éxito, dinero, tal vez incluso la iluminación. Pero cuando se produce el verdadero despertar, toda la estructura de la separación empieza a disolverse bajo nuestros pies.

Allí aún sigue existiendo un ser humano; no desaparecemos en una nube de humo. Incluso nuestra personalidad permanece intacta. Jesús tenía una personalidad; Buda tenía una personalidad. Todo el que camina sobre la Tierra la tiene. Incluso los niños, cuando salen del útero de sus madres, la tienen. Es una de las bellezas de la existencia, que cada uno de nosotros tenga una personalidad diferente. Los perros y los gatos, los pájaros, incluso los árboles tienen distintas personalidades.

La diferencia está en que, una vez que hemos visto más allá del velo de la separación, la identificación con nuestra personalidad particular empieza a disolverse. Incluso si penetramos muy profundamente en la unidad y la transformación ha sido muy grande, sigue estando presente una estructura básica de personalidad. Sin embargo, lo que impulsaba nuestra personalidad, todos sus antiguos principios orientadores e impulsos autocentrados, o bien han desaparecido o están en proceso de desaparecer.

Si practicamos la espiritualidad, uno de los resultados que esperamos es la disolución del ego. Reconocemos el dolor del estado egótico y tenemos la esperanza de no vernos confinados eternamente en él. Pero el despertar en sí no es lo mismo que la disolución del ego. Podemos despertar tanto si el ego se ha disuelto como si no. De hecho, pueden despertar egos muy fuertes y destructivos. El despertar da comienzo al proceso. El resultado del despertar —su consecuencia— es la disolución radical del ego.

Esto no implica que el ego vaya a cooperar. El ego puede resistirse a esta disolución con todo lo que tiene. Puede sacar a relucir todo su arsenal. No obstante, el proceso ha empezado. Y, por último, una vez que has tenido un vislumbre de la realidad, no hay nada que puedas hacer para impedir que el ego acabe por disolverse.


Por Adyashanti


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