DESDE LAS PLEYADES
El individuo vive sumergido en un vaivén de influencias externas que lo estimulan, para bien o para mal. Las ideas y los sentimientos que tienen lugar en nuestro interior emergen y cambian detonados por innumerables factores del mundo exterior. De entre el vasto repertorio de sensaciones, sentimientos y estados de ánimo que puede experimentar el hombre, el optimismo, la alegría, la esperanza y las ganas de vivir son de los más “codiciados”... Pero cabe preguntarse, ¿cómo los generamos?, ¿dónde los buscamos? No son pocas las personas que los buscan y obtienen fuera de sí a través de estímulos externos o actividades. Algunos encuentran ese optimismo, alegría y sentido de su vida en la pareja, en los amigos o en ayudar a los demás; otros, en el trabajo, en una labor social o en el estudio y la investigación; también en combinaciones de las anteriores.
Somos seres dependientes desde el mismo momento en que nacemos (incluso antes de nacer), necesitamos de los demás para pensar, escribir y hablar; para poder construir, desarrollarnos y evolucionar; para poder amar, para poder escuchar, para vivir. Unos dependen más, otros menos, pero al fin y al cabo, la dependencia es una característica de la existencia humana y, del mismo modo que nosotros somos dependientes de los demás, éstos, a su vez, lo son de nosotros. Por lo tanto, quien vive alejado, en desconexión de los demás y del entorno (incluso de los libros), es un ser que no evoluciona, no aprende, no vive. No obstante, hay que tener presente que cuanto más dependientes nos hacemos (sobre todo a nivel emocional) de los demás, menos libertad interior tenemos.
La interdependencia es una de las características de lo existente, la transitoriedad, es otra. Heráclito, un filósofo presocrático, sostenía que todo es cambio, no hay nada permanente ni estático; si no hay nada fijo y estable, el cambio existe continuamente. Éste es inherente a la vida y está ligado intrínsecamente a la duración de la existencia de las cosas, al tiempo. Una cosa empieza a cambiar en el momento que es y lo deja de hacer en el momento que deja de ser. Por tanto, el cambio sólo afecta a aquello que existe. Podríamos afirmar que existir implica cambiar. Lo único que no cambia, es el cambio en sí, dado que es permanente. Todo lo mutable, es, por definición, transitorio. Las emociones, las sensaciones, los pensamientos, las relaciones, los problemas... la vida, todos tienen un principio y un final.
El cambio y la seguridad van cogidas de la mano. Cuando tienen lugar cambios en nuestra vida y cambios importantes, se tambalea el pilar de la seguridad. Ésta, es una necesidad básica de todo ser viviente, cuando falta, genera tensión interior, generalmente, ansiedad. Necesitamos conocer (predecir) lo que va a suceder en un futuro cercano y, a poder ser, controlarlo para sentirnos seguros. Cuando la incertidumbre aparece, el hombre se siente incómodo. Es por ello que los cambios en cualquier ámbito de la vida producen en nosotros una sensación de incomodidad, de malestar, sobre todo cuando van acompañados de incertidumbre, que hacen que movilicemos todos nuestros recursos (internos y externos) para recuperar la sensación de seguridad. A este proceso se lo denomina adaptación; permite adaptarnos a las nuevas circunstancias y viene muy condicionada por la inteligencia y la creatividad de cada individuo (…)
Pienso que sería beneficioso cultivar un sano desapego (capacidad para desprenderse) de todo lo que nos rodea dada nuestra condición de transitorios, pero sin olvidar la dependencia como necesidad y herramienta al desarrollo y evolución personal. Hacerlo facilita nuestra adaptación a las circunstancias. Tomar conciencia de la fugacidad de lo existente permite cultivar ese sano desapego de cuanto nos rodea. Al igual que convendría dejar cierto espacio para la duda sobre todas nuestras convicciones y afirmaciones (hecho que nos hace más humildes), también deberíamos hacerlo para con el desapego en toda relación con sujetos u objetos; al hacerlo, iniciamos un proceso de aceptación de la realidad (efímera y transitoria) que permite reducir el estrés y la ansiedad generada por el constante cambio (la incertidumbre), sintiéndonos, en consecuencia, algo más seguros, lo que en definitiva se traduce en mayor libertad interior. En otras palabras, cuanto más aceptamos el cambio y nos desapegamos de lo existente, menos ansiedad sentimos y mayor bienestar espiritual y físico experimentamos.
Por Pepón Jover del Pozo
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